¿Por qué leer a Freud?

Mucho pasó desde que el padre del psicoanálisis cambiara para siempre el modo en que los seres humanos se ven a sí mismos. En pleno siglo XXI sus textos, además, son una fuente de lectura apasionante tanto para los partidarios del diván como para quienes prefieren esquivarlo.

Fue el que miró al piso. Ahí estaban los restos a los que nadie prestaba atención, lo descartado, lo intrascendente, los errores. Lapsus, sueños, actos fallidos. Aún siendo él médico –neurólogo–. Más de un siglo después lo que escribió está vigente y, encima, escribía lindo. Y eso lo pensaban los alemanes ya en 1930, cuando le dieron el premio Goethe. Sus casos clínicos se leían –leen– como una nouvelle; en sus escritos sociales y en las conferencias introductorias plantea un diálogo, se dirige al otro.

«Es un heredero de su época (fines del siglo XIX, principios del XX), pero el psicoanálisis y los primeros interrogantes de Freud impregnaron y ayudaron a formar la cultura que compartimos hoy –dice la doctora Clara Nemas, secretaria científica de la Asociación Psicoanalítica de Buenos Aires (Apdeba)–. Los grandes interrogantes acerca de la realidad humana, la certeza de que no es sólo fáctica (ligada a hechos externos), sino que hay una realidad psíquica que tiene una fuerza y que tiene consecuencias que influyen en la realidad externa. Que hay una división del ser humano, de la cual conocemos la punta del iceberg (nuestra conciencia) y nuestras continuaciones conscientes, pero que están apoyadas en una base que no conocemos, que es inconsciente. Las motivaciones, los deseos, la búsqueda de la verdad acerca de nuestras propias emociones son grandes interrogantes que siguen vigentes y de los que el psicoanálisis da cuenta como ningún otro. Por eso tiene una fuerza y una vida muy propia, con una continuidad que incluye sus orígenes.»

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